domingo, 17 de mayo de 2020

CASTELLANO 8-5 y 8-6


ACTIVIDADES ACADÉMICAS DE LOS GRADOS 8-5 Y 8-6
SEMANA 18 AL 22 DE MAYO
DOCENTE  LINA BARRAGÁN LOZANO


Cordial saludo estudiantes de grado octavo esperando se encuentren muy bien, las clases de esta semana se realizarán por este medio y por Zoom, mientras se habilita la plataforma Institucional.

Los temas que se han visto es la semántica donde ustedes hicieron uso del diccionario y completaron las oraciones o frases.

Hoy iniciamos con la frase la cual deben copiarla y expresar un mensaje : "Tu puedes soñar,crear,diseñar y construir el lugar más increíble del mundo...pero se necesita gente, para que todo eso se convierta en realidad"

Se iniciará el tema con el Romanticismo para ello se envía un fragmento de la obra de Jorge Isaacs,
"María" deben leer el fragmento copiar el vocabulario y la biografía que esta allí en el texto.

LECTURA REPRESENTATIVA

Para el romántico la noche es una diosa de dos caras: es un ensueño placido en donde vagan sus sueños o es una tormenta. En este capitulo, Efraín debe partir en medio de la noche y de la tempestad y cruzar las aguas desbordadas del Amaime. Este episodio esta lleno de presagios, de temeridad, de vértigo, de relámpagos y bufidos que no pueden detener a un enamorado.


VOCABULARIO


Cierzo: viento norte
Seto: Hilera de arbustos
Broquel: escudo pequeño  de madera.
Rocallosa: con trozos de roca
Retinto: de color castaño, muy oscuro
Lívido: amoratado. Morado, cárdeno.
A la sazón: en ese momento
Chiminango: árbol muy corpulento abundante en el Cauca
Pedernal: variedad de cuarzo de color gris o amarillento
Botadero: Punto de un río por donde se puede pasar sin barco o puente. Vado.

MARÍA 
Capitulo XV

Cuando salí al corredor que conducía a mi cuarto, un cierzo impetuoso columpiaba los sauces del patio; y al acercarme al huerto, lo oí rasgarse en los setos de naranjos, de donde se lanzaban las aves asustadas. Relámpagos débiles semejantes al reflejo instantáneo de un broquel herido por el resplandor de una hoguera, parecían querer iluminar el fondo tenebroso del valle.
Recostado en una de las columnas del corredor, sin sentir la lluvia que me azotaba las sienes, pensaba en la enfermedad de María, sobre la cual había pronunciado mi padre tan terribles palabras. ¡Mis ojos querían volver a verla como en las noches silenciosas y serenas que acaso no volverían ya más!
No sé cuánto tiempo había pasado, cuando algo como el ala vibrante de un ave vino a rozar mi frente. Miré hacia los bosques inmediatos para seguirla: era un ave negra.
Mi cuarto estaba frío; las rosas de la ventana temblaban como si se temiesen abandonadas a los rigores del tempestuoso viento: el florero contenía ya marchitos y desmayados los lirios que en la mañana había colocado en él María. En esto una ráfaga apagó de súbito la lámpara; y un trueno dejó oír por largo rato su creciente retumbo, como si fuese el de un carro gigante despeñado de las cumbres rocallosas de la sierra.
En el medio de aquella naturaleza sollozante, mi alma tenía una triste serenidad.
Acababa de dar las doce el reloj del salón. Sentí pasos cerca de mi puerta y muy luego la voz de mi padre que me llamaba. "Levántate", me dijo tan pronto como le respondí: “María sigue mal”.

El acceso había repetido. Después de un cuarto de hora hallábame apercibido para marchar.  Mi padre me hacia las últimas indicaciones sobre los nuevos síntomas de la enfermedad, mientras el negrito Juan Ángel aquietaba mi caballo retinto, impaciente y asustadizo. Monté; sus cascos herrados crujieron sobre el empedrado, y un instante después bajaba yo hacia las llanuras del valle buscando el sendero a la luz de algunos relámpagos lívidos. Iba en solicitud del doctor Mayn, que pasaba a la sazón una temporada de campo a tres leguas de nuestra hacienda.
La imagen de María tal como la había visto en el lecho aquella tarde, al decirme ese "hasta mañana", que tal vez no llegaría, iba conmigo, y avivando mi impaciencia me hacía medir incesantemente la distancia que me separaba del término del viaje, impaciencia que la velocidad del caballo no era bastante a moderar.
Las llanuras empezaban a desaparecer, huyendo en sentido contrario a mi carrera, semejantes a mantos inmensos enrollados por el huracán. Los bosques que más cercanos creía, parecían alejarse cuanto avanzaba hacia ellos. Sólo algún gemido del viento entre los higuerones y chiminangos sombríos, el resuello fatigoso del caballo y el choque de sus cascos en los pedernales que chispeaban, interrumpían el silencio de la noche.
Algunas cabañas de Santa Elena quedaron a mi derecha, y poco después dejé de oír los ladridos de sus perros. Vacadas dormidas sobre el camino empezaban a hacerme moderar el paso.
La hermosa casa de los señores
M* ** con su capilla blanca y sus bosques de ceibas, se divisaba en lejanía a los primeros rayos de la luna naciente, cual castillo cuyas torres y techumbres hubiese desmoronado el tiempo.

El Amaime bajaba crecido con las lluvias de la noche, y su estruendo me lo anunció mucho antes de que llegase yo a la orilla. A la luz de la luna, que atravesando los follajes de la riberas iba a platear las ondas, pude ver cuánto había aumentado su raudal. Pero no era posible esperar: había hecho dos leguas en una hora, y aún era poco. Puse las espuelas en los ijares del caballo, que con las orejas tendidas hacia el fondo del río y resoplando sordamente, parecía calcular la impetuosidad de las aguas que se azotaban a sus pies: sumergió en ellas las manos, y como sobrecogido por un terror invencible, retrocedió veloz girando sobre las patas. Le acaricié el cuello y las crines humedecidas y lo aguijoneé de nuevo para que se lanzase al río; entonces levantó las manos impacientado, pidiendo al mismo tiempo toda la rienda, que le abandoné, temeroso de haber errado el botadero de las crecientes. El subió por la ribera unas veinte varas, tomando la ladera de un peñasco; acercó la nariz a las espumas, y levantándola en seguida, se precipitó en la corriente. El agua lo cubrió casi todo, llegándome hasta las rodillas. Las olas se encresparon poco después alrededor de mi cintura. Con una mano le palmeaba el cuello al animal, única parte visible ya de cuerpo, mientras con la otra trataba de hacerle describir más curva hacia arriba la línea de corte, porque de otro modo, perdida la parte baja de la ladera, era inaccesible por su altura y la fuerza de las aguas, que columpiaban guaduales desgajados. Había pasado el peligro.

Jorge Isaacs, María, Caracas,
Biblioteca Ayacucho, 1978

BIO- BIBLIOGRAFIA

Jorge Isaacs (1837-1895)

Combatiente de la guerra civil de los años cincuenta, constructor de caminos, diputado conservador, cónsul y, finalmente, inspector escolar y maestro de escuela con sueños de minero buscador de oro. Publicó sus primeros poemas en E/ Mosaico, la tertulia literaria que dio a conocer E/ Manifiesto romántico. Aún convaleciente de un paludismo comenzó a escribir María, la cual terminó en la hacienda el Peñón, una villa cercana a la ciudad de Cali, Se sabe que al morir dejó apuntes de dos novelas más, pero estos documentos, como muchos de sus sueños, se perdieron en el tiempo.




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